Salí temprano con la intención de caminar los 19 Kms que me separaban de Samos, una villa perteneciente a la provincia de Lugo. Quería conocer el monasterio benedictino San Julián de Samos, fundado en el siglo VI. Es una estructura imponente, con su iglesia barroca y sus claustros, en una atmósfera de serenidad espiritual. Ya había oído testimonios de peregrinos sobre el monasterio, comentando su aire apacible y ese calmado ambiente que pareciera inducir a la meditación y reflexión.
Siguiendo el camino después de Fonfría, a 9 kms se encuentra Triacastela. Poco después -a su salida- el camino se bifurca y hay que escoger entre dos rutas: la carretera a la derecha (vía San Xil) es la opción recomendada para los que quieren llegar directamente Sarria, pues se ahorran unos 6 kms. Sarria (esta "Sarria" es atonal: no lleva acentos. Existe "Sarriá", un elegante barrio en Barcelona, Cataluña... Y Sarría, acento en la "i", que es tanto apellido como denominación de urbanizaciones y distritos en varios países) es poblado referente en el Camino Francés porque se ubica a 100 kms (o muy poco más) de Santiago de Compostela. La carretera que sigue por la izquierda -saliendo de Triacastela- lleva directamente a Samos, mi destino ese día.
Poco antes de Triacastela alcancé a una peregrina, de unos 60 años y nacionalidad argentina, que también se había alojado en A Reboleira la noche anterior. Durante largo rato caminamos juntos intercambiando impresiones.
Su peregrinaje a Santiago se debía a un regalo de sus hijos: le obsequiaron los pasajes y le prepararon todo el programa para su caminata. Con dejo irónico, afirmaba que no sabía si el gesto de sus hijos era una muestra de afecto ..o una manera de salir de ella durante dos meses. Nos separamos en Triacastela pues ella había decidido llegar ese mismo día a Sarria. Le recomendé detenerse allí dos días: así tendría tiempo para conocer Lugo (desde Sarria, distante 32 kms) y en particular su zona histórica (se le conoce como la Ciudad Amurallada). El viaje de ida y vuelta en autobús -entre las dos poblaciones- demora pocos minutos.
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De Triacastela a Samos la mayor parte del tiempo se va andando por la carretera pero hay también sendas para caminantes, trazadas en medio de árboles que regalan refrescantes sombras. Son parajes muy gratos y es allí donde comienzas a sentir que realmente has llegado a Galicia, dado el verdor que te rodea. No es raro toparse con un árbol noble y centenario, de respetables dimensiones... pasar al lado de vacas que pastorean por su cuenta en granjas aledañas al camino o que son arreadas de un sitio a otro por un campesino y sus obedientes perros.
Hay un punto donde se puede ver -desde lo alto y en la distancia- al Monasterio y parte del pueblo. Una vista muy grata que además levanta el ánimo, porque sientes que pronto estarás disfrutando del necesario descanso.
Siguiendo el camino después de Fonfría, a 9 kms se encuentra Triacastela. Poco después -a su salida- el camino se bifurca y hay que escoger entre dos rutas: la carretera a la derecha (vía San Xil) es la opción recomendada para los que quieren llegar directamente Sarria, pues se ahorran unos 6 kms. Sarria (esta "Sarria" es atonal: no lleva acentos. Existe "Sarriá", un elegante barrio en Barcelona, Cataluña... Y Sarría, acento en la "i", que es tanto apellido como denominación de urbanizaciones y distritos en varios países) es poblado referente en el Camino Francés porque se ubica a 100 kms (o muy poco más) de Santiago de Compostela. La carretera que sigue por la izquierda -saliendo de Triacastela- lleva directamente a Samos, mi destino ese día.
Poco antes de Triacastela alcancé a una peregrina, de unos 60 años y nacionalidad argentina, que también se había alojado en A Reboleira la noche anterior. Durante largo rato caminamos juntos intercambiando impresiones.
Su peregrinaje a Santiago se debía a un regalo de sus hijos: le obsequiaron los pasajes y le prepararon todo el programa para su caminata. Con dejo irónico, afirmaba que no sabía si el gesto de sus hijos era una muestra de afecto ..o una manera de salir de ella durante dos meses. Nos separamos en Triacastela pues ella había decidido llegar ese mismo día a Sarria. Le recomendé detenerse allí dos días: así tendría tiempo para conocer Lugo (desde Sarria, distante 32 kms) y en particular su zona histórica (se le conoce como la Ciudad Amurallada). El viaje de ida y vuelta en autobús -entre las dos poblaciones- demora pocos minutos.
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De Triacastela a Samos la mayor parte del tiempo se va andando por la carretera pero hay también sendas para caminantes, trazadas en medio de árboles que regalan refrescantes sombras. Son parajes muy gratos y es allí donde comienzas a sentir que realmente has llegado a Galicia, dado el verdor que te rodea. No es raro toparse con un árbol noble y centenario, de respetables dimensiones... pasar al lado de vacas que pastorean por su cuenta en granjas aledañas al camino o que son arreadas de un sitio a otro por un campesino y sus obedientes perros.
Hay un punto donde se puede ver -desde lo alto y en la distancia- al Monasterio y parte del pueblo. Una vista muy grata que además levanta el ánimo, porque sientes que pronto estarás disfrutando del necesario descanso.
Entro a Samos y me encamino directamente al albergue donde reservé, Albaroque, que se ubica a un lado de la iglesia o abadía, una estructura con dos torres-campanario
El albergue parroquial se ubica en el Monasterio, algo detrás de la abadía. Por tanto, muy cerca de Albaroque. En el pueblo hay dos o acaso tres albergues más.
Tras acomodar mis cosas en Albaroque y darme una buena ducha, me sentí dispuesto a dar un paseo por Samos. Ciertamente no es villa de grandes dimensiones (cuenta con 1500 habitantes). Todo -las gentes y cada rincón- trasunta una calma que solo se ve en lugares donde el tiempo pasa sin agitaciones ni sobresaltos, un efecto que posiblemente se deba a la imponente presencia del Monasterio.
El albergue parroquial se ubica en el Monasterio, algo detrás de la abadía. Por tanto, muy cerca de Albaroque. En el pueblo hay dos o acaso tres albergues más.
Tras acomodar mis cosas en Albaroque y darme una buena ducha, me sentí dispuesto a dar un paseo por Samos. Ciertamente no es villa de grandes dimensiones (cuenta con 1500 habitantes). Todo -las gentes y cada rincón- trasunta una calma que solo se ve en lugares donde el tiempo pasa sin agitaciones ni sobresaltos, un efecto que posiblemente se deba a la imponente presencia del Monasterio.
Cuando regresaba de mi paseo me encuentro con Damián, el peregrino de Entre Rios. Se alojaba en el albergue parroquial y para celebrar este nuevo encuentro decidimos cenar juntos.
De Albaroque me agradó sobremanera su comida, que no destaca por la variedad -ofrecen uno o dos platos del día en el menú- sino por la buena elaboración y el frescor de los alimentos. La buena cocina gallega se caracteriza por la calidad natural de sus productos, cocinados con una sencillez no exenta de oficio y arte. En particular, me sorprendió el buen sabor de unos tomates no muy grandes y de intenso color vino tinto a los que solo basta cortar en rodajas, agregarles aceite de oliva, pimienta y pizca de sal para lograr con ellos un verdadero plato gourmet.
Una de las noches en que dormí más plácidamente fue durante mi estadía en Samos... pero debo señalar que a las 6:30 de la mañana estaba en un sueño profundo cuando de pronto retumbaron las campanas del Monasterio. Me levanté sobresaltado y aturdido: juraría que la cama donde reposaba y las paredes alrededor vibraban con cada campanada. Ocurre que se toman muy en serio esto de las misas matinales: comienzan como a las 7 pero las anuncian media hora antes.
De Albaroque me agradó sobremanera su comida, que no destaca por la variedad -ofrecen uno o dos platos del día en el menú- sino por la buena elaboración y el frescor de los alimentos. La buena cocina gallega se caracteriza por la calidad natural de sus productos, cocinados con una sencillez no exenta de oficio y arte. En particular, me sorprendió el buen sabor de unos tomates no muy grandes y de intenso color vino tinto a los que solo basta cortar en rodajas, agregarles aceite de oliva, pimienta y pizca de sal para lograr con ellos un verdadero plato gourmet.
Una de las noches en que dormí más plácidamente fue durante mi estadía en Samos... pero debo señalar que a las 6:30 de la mañana estaba en un sueño profundo cuando de pronto retumbaron las campanas del Monasterio. Me levanté sobresaltado y aturdido: juraría que la cama donde reposaba y las paredes alrededor vibraban con cada campanada. Ocurre que se toman muy en serio esto de las misas matinales: comienzan como a las 7 pero las anuncian media hora antes.
Recogí mis cosas y fui a desayunar, algo que hice sin darme ninguna prisa. Creo que quise empaparme de aquella atmósfera, llevarla conmigo al Camino y conservarla todo lo que pudiera...
Mi destino ese nuevo día: Sarria.
Mi destino ese nuevo día: Sarria.